SITUACIÓN DE ENFERMERÍA
8:47 | Author: Lizet Florian - Alejandra Daza
MÁS QUE UN CUIDADO

El martes 11 de Noviembre de 2008 en nuestro primer día de práctica de enfermería del anciano, nos encontrábamos en el Hospital Simón Bolívar, realizando conocimiento del mismo.
Al salir del ascensor en el sexto piso se encontraba medicina interna, proseguimos a conocer caminando por los pasillos, con el fin de buscar a una persona anciana para brindarle nuestro cuidado. Al pasar por una habitación en la que se encontraba la cama 644, nos encontramos con una carita que detrás de sus líneas de expresión llenas de experiencias, vivencias y sufrimientos, ocultaba una gran tristeza en su rostro. Observamos su cabello grisáceo, su postura encorvada, la cual expresaba cansancio y sufrimiento, no sabíamos el motivo, por nuestras mentes pasaban cosas como: será que está así por la estadía en el hospital, por no tener a su familia cerca, o por alguna situación relevante en su vida?

Entramos al cuarto y de una manera muy expresiva nos sonríe, como si algo le fuera familiar. Su rostro rejuveneció, sus arrugas parecían haber desaparecido por un momento, mientras nos brindaba su hermosa sonrisa. Al ver esto, para nosotros fue agradable, ese recibimiento tan especial, tan lindo de parte de ella que nos entusiasmó mucho y ya nuestro pensamiento era otro, ya la primera impresión había cambiado, queríamos estar a su lado, queríamos convertirnos al menos por unos pocos días ser las cuidadoras de una persona tan amable y cariñosa como ella.

De nuestros labios salieron las palabras de saludo, y esa sonrisa tan cálida y tierna permanecía en los labios de aquella mujer. Con cierto agrado nos responde “Buenos días señoritas, como me les ha ido, yo me llamo E. C., nací en Chita Boyacá.” Su delicado rostro permanecía con aquella sonrisa angelical que inspiraba tranquilidad y paz en el ambiente. En este momento sentimos de nuevo la empatía y aceptación que hubo hacia nosotras.

Existió un momento donde el silencio gobernó en el ambiente, ella pensativa y con su rostro sonriente, y nosotras, con temor a incomodarla, decidimos romper ese silencio infernal preguntándole a Doña E. cosas de su vida, interrogantes simples que no comprometieran su intimidad.

Ella como siempre tan amable nos responde diciéndonos:

“Yo tengo 68 años ya estoy vieja y cansada, ustedes están aún jóvenes y hermosas, mírense esa piel tan linda, limpia y sin arrugas, llenas de vida”



De nuevo en nuestras mentes pasaron muchas inquietudes, y de nuevo le preguntamos

“Doña E. y por qué se encuentra acá en el hospital, que fue lo que pasó”

Ella con el corazón en la mano y llena de angustia nos respondió de una manera clara concisa lo que había sucedido aquél día.

“Tenía mucho dolor de estómago que me pasaba a la espalda, parecía que me fuera a doblar. También tenía inflamado el estómago, entré al baño y mi orina estaba negra y lo hacía por poquitos, al ver esto le dije mi esposo y él me acompañó a urgencias, dicen los médicos que tengo como unas infección en los riñones y no he podido salir de aquí porque me están poniendo antibióticos por esta agujita, y lo que me dijeron es que me dan salida el sábado, ya llevo 6 días y quiero salir rápido, la cama me aburre y hoy me amaneció doliendo la espalda, eso debe ser por estar acostada todo el tiempo”

Nosotras al ver la emoción y confianza que mostró hacia nosotras la miramos fijamente a sus ojos sin pronunciar ni una sola palabra y ella continuo:

“Quiero llegar a mi casa para verme con mi nietecita, por que como es muy pequeña no la dejan entrar, tiene 3 añitos y los papás trabajan y por ahora la cuida mi marido”





Su rostro lleno de expresiones cambió totalmente al comentar esto, ya su sonrisa vigorosa había desaparecido, su rostro mostraba tristeza y ansiedad, por no poder estar con la pequeña consentida.

Al escuchar esto le dimos palabras de aliento, para que ella dejara de sentirse triste y pensara en otras cosas, para que su recuperación fuera más rápida y el tiempo de espera en el hospital no se hiciera eterno.

Doña E. cocinó con leña cuando joven por 40 años “Ya mis hijas me pusieron a la moda por que ya cocino con gas, pero las comidas no saben igual”. Quisimos indagar más cosas de su vida y nos comentó

“Yo tengo Hipertensión y azúcar en la sangre, tomo verapamilo y muchas veces para controlar mi azúcar tomo agua de una matica que se llama insulina, pero de todos modos yo me tomo todas las pasticas que me manda el médico para ver si me mejoro”

Nosotras al saber sus antecedentes, le comentamos los cuidados que ella debe tener en su casa, como disminuir la cantidad de alimentos grasos, como lo son todas los alimentos fritos, sus comidas deben ser bajas en sal, tomar mínimo 5 vasos con agua, no consumir productos que contengan azúcar ya que esto es perjudicial para su salud, pero lo más importante es hacer ejercicio de una forma moderada, ya que en su historia clínica observamos que hace 8 años había tenido una fractura del fémur derecho y le realizaron un transplante de cadera derecho, entonces por esta razón sus ejercicios deben de existir pero de una manera suave y pausada.

Al escucharnos ella nos comentó:

“Yo salgo a caminar todos los días con mi marido y con mi nietecita, yo tengo un bastón y esto me quita la oportunidad de usar mi mano derecha, pero también me ayuda a caminar mejor y a que no me fastidie mi pierna al caminar. Y de lo que me dicen yo como soy la que cocino para mi entonces como con muy poca sal y todo me lo tomo sin azúcar para cuidarme y durar otro poquito más en este mundo”


Al escuchar su respuesta todo nuestro cuerpo se estremeció... era del hecho de saber que ella hacía todo lo posible por permanecer viva y sana y nosotras tan jóvenes y llenas de vida muchas veces dejábamos de hacer las cosas simplemente por pereza, desde este momento comprendimos que si queremos llegar a viejas con una vida saludable y sana, es el momento de empezar a hacer de nuestras vidas una alegría todos los días.

Al finalizar el turno, nos despedimos de ella con un fuerte abrazo y en ese momento llegó su hija y quedó feliz y la soledad que en un principio había sentido murió en ese momento, quedando de nuevo con su rostro lleno de vida.

Al día siguiente volvimos a hablar con ella, su rostro cambió en el momento en que nos vio, diciendo:

“Mijitas, que alegría volverlas a ver, no se olvidaron de mi”

Nuestros oídos al captar estas palabras tan gratas, sentimos una gran alegría al saber que nuestra compañía era de su agrado y que ya ocupábamos un lugar así fuera pequeño en su corazón.

Aquel día, nuestras manos acariciaron con ternura y dedicación aquellas arrugas que rodeaban su cuerpo y rostro, haciendo que su piel quedara más tersa de lo que se encontraba. Todo el día estuvimos frente a ella hablando de su vida, conociéndola más, ya que nos había brindado la confianza suficiente para relatarnos cosas importantes de su vida.

Estando allí llegó un hombre, alto, con algunas canas en su cabello y barba, y una sonrisa que expresaba amor, ternura, alegría. Doña E. al verlo, su rostro se transformó completamente, parecía que sus arrugas hubiesen desaparecido, tenía una apariencia que irradiaba juventud, cuando él se acercó a ella, sus rostros se unieron, sus labios se desbordaron de amor, sus brazos eran cortos para el abrazo que invadió sus cuerpos en ese momento.

Para nosotros esto fue muy lindo, una experiencia inolvidable, ellos demostraban todo el amor y aprecio que se tenían uno al otro, y la dependencia mutua que existía.

Ella muy cordialmente nos presentó frente a la persona que más amaba, la cual se había convertido su cuidador permanente, como unas personas que la acompañaban en sus ratos de soledad y tristeza.

En este momento él nos acogió como unas hijas más, invitándonos amablemente a su casa, para que le pudiéramos recomendar y guiar acerca de los cuidados indicados para así poderle brindar una mejor atención a su esposa, ya que él se sentía el responsable de su esposa.

Al despedirnos, ellos se sintieron agradecidos por que fijamos una fecha de visita domiciliaria con el fin de guiarlos teniendo en cuenta las condiciones en las que viven y las limitaciones físicas que por su edad ya tienen.



Después de unos pocos días llegamos a su casa, nos encontrábamos fuera de ella, y era una residencia con 4 pisos, se veía grande y salió una señora “Su hija”, al vernos con uniforme su tono de voz cambió, nosotros preguntamos por la Señora E. y muy amablemente nos hicieron seguir. Al entrar nos encontramos con un corredor largo, solo, donde finalizaba con las escaleras, las cuales conducían a cada uno de los apartamentos de sus hijos, uno de ellos nos condujo hasta el apartamento de Doña E., ingresamos a el, era pequeño, pero se sentía un ambiente de amor, de cariño, de paz y alegría. Al instante salió ella y su esposo acompañados de su nieta de 3 años, quien no se alejó de ellos ni un solo instante.

Al vernos allí Don M., su esposo, empezó a preguntarnos acerca de los cuidados y manejo que debía tener con su esposa, sacándonos una bolsa transparente donde se encontraban todos sus medicamentos, acompañados de la fórmula médica, la cual refirió que no entendía lo que decía allí, debido a la letra y a la disminución de su visión.

Cada medicamento se encontraba debidamente marcado, con cierta hora en una cinta, sin embargo al ver la fórmula médica algunas de ellas estaban erróneas, a lo cual procedimos a realizarle los ajustes y cambios pertinentes que se acomodaran al horario y condiciones de Doña E.


Con el fin de facilitar el cumplimiento del horario de los medicamentos realizamos una guía con letra grande y legible que le ayudara a él a recordar qué medicamento y a qué hora correspondía cada uno de ellos.

Posteriormente nos refirió sus dudas en cuanto a la administración de la insulina, por que era primera vez que se la mandaban y era él en este caso el enfermero quien estaba dispuesto a aprender para no maltratarla.
Se explicó de una manera clara y con leguaje sencillo, la manera de administrar este medicamento. Él se mostró muy agradecido con nosotras, y menos inquieto, por lo cual se sintió con más capacidad y seguridad de continuar brindando los cuidados a su esposa.

Doña E. se tornó muy callada, en este pequeño momento parecía que su nieta fuera quien atraía la atención en este momento, era su prioridad. Ella solamente movía su cabeza y hacía gestos para contestar algunas preguntas formuladas.

Nosotras al ver esto, sentimos la necesidad de realizar una segunda visita, ya que pensamos que no era el momento adecuado de estar con ella, su esposo fue quien mostró más interés en aprender cosas y resolver sus dudas, es por esto que acordamos de nuevo una cita, para verificar que los consejos dados estén siendo aplicados correctamente.

Finalizada la visita, salimos y quedamos satisfechas, ya que fuimos bien recibidas y sentimos que dejamos las puertas abiertas para una próxima visita.


Después de unas semanas cuadramos una nueva visita, al llegar a la casa, vimos que su esposo se asomaba por una ventana, y cuando nos vio llegar se puso muy alegre y decidió bajar a abrirnos.

Cada que avanzábamos él muy atento atendía a todas nuestras preguntas, una de ellas fue: y cómo siguió Doña E. y el nos contestó:

“Esta malita, hace pocos días le dio algo”.

Nosotras preocupadas por su estado de salud, entramos al apartamento nos sentamos y Doña E. salió de un cuarto, salía con una sudadera, que la hacía sentir cómoda y calientita, una blusa seguida de un saco de lana, que hacía que permaneciera con el calor corporal, nos dimos cuenta al saludarla y sentirla con sus manos suaves y calientitas.

Ella muy amablemente nos saludó y su rostro expresó una conformidad al vernos, una alegría instantánea.

“Las he estado esperando”

Nos dijo con su tono de voz melodioso, en ese momento sentimos mucha alegría al saber que éramos de nuevo bien recibidas por ella, en medio de nuestra conversación nos dimos cuenta que estaba siguiendo los consejos que habíamos hecho la vez pasada.

Le preguntamos sobre su estado de salud y nos respondió:

“Hace unos días sentí que se me torció la cara”


Al indagar sobre este motivo, nos dimos cuenta que ese día se había comido un mango, el que posiblemente fue el causante, ya que es una fruta que contiene altos niveles de azúcar, estas consecuencias fueron explicadas por la profesora y ella se sintió un poco mejor, aunque no lo podía creer que le estuvieran ocurriendo este tipo de cosas.

Al revisar sus medicamentos nos dimos cuenta que había seguido el esquema que le habíamos dejado en la visita pasada. Esto demostraba que nuestra visita anterior no había sido en vano, lo cual nos alegró mucho.

Aquel día se explicó detalladamente los alimentos que debía consumir y se realizó una lista donde se ponía claramente los alimentos que le hacían bien y los que no debía de consumir, para que su estado de salud no se fuera a alterar.

Al saber que esa era nuestra última visita se notó la cara de tristeza de los dos esposos, ya que habíamos sido un apoyo para ellos en el cuidado de Doña E.
Nos despedimos y Doña E. nos dio un fuerte abrazo deseándonos lo mejor en nuestras vidas y demostrando su agradecimiento por la compañía y la ayuda en mejorar su cuidado y bienestar.